dimarts, 2 de juliol del 2013

El futbol y Brasil




Diumenge, la selecció de Brasil es va proclamar guanyadora de la Copa Confederacions en el mític estadi de Maracaná. El més destacable, però, no va se la contundent la victòria per 3 a 0 sobre Espanya, actual campiona del món, sinó la forma en que es va aconseguir: amb un domini absolut del joc durant tot el partit, amb una intensitat, posicionament, fortalesa física i qualitat que feia temps no es veia, una màquina que es va comportar com una piconadora sense deixar un minut de respir al rival.


 


Sembla, així, que el desorientat Brasil dels últims anys ha tornat amb un nou vestit. L’any vinent organitza el Campionat del Món, alguns dels seus jugadors –com Neymar o Thiago Silva- ocupen la primera línia de l’univers futbolístic, i les perspectives pel futbol brasiler apunten a una recuperació de les glòries de èpoques passades.

 

 


 



Per entendre la íntima relació que el Brasil manté amb el món del futbol, és interessant recuperar un article escrit pel periodista Alex Bellos i publicat l'octubre de 2003 a la revista “Letras Libres” (l’enllaç a l’article és aquest: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-futbol-y-brasilhttp://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-futbol-y-brasil). En el text es parla no només de futbol, sinó de les repercussions i la influència que aquest esport té en tots els àmbits de la vida social brasilera.

 

 


El futbol y Brasil

Por Alex Bellos


Como en ningún otro país, el futbol es, en Brasil, una forma de la cultura y una religión popular. El periodista brasileño Alex Bellos, antiguo corresponsal de The Guardian y The Observer para Sudamérica, y autor del documental de la BBC Brazil inside out, estudia en este ensayo la relación entre futbol e idiosincrasia, entre futbol y cohesión nacional, y nos revela algunas de las claves para entender el Brasil más profundo.

Las discrepancias entre los ministros de gobierno y los líderes sindicales de más experiencia son comunes en la mayoría de los países, pero sólo en Brasil una confrontación entre ellos ha terminado con un tobillo roto. El desafortunado suceso ocurrió en abril, cuando Antonio Palocci, el ministro de Finanzas —que jugaba como mediocampista—, intentó atajar a Carlos Alberto Grana, secretario general del CUT, durante un juego de futbol en el palacio presidencial. Palocci avanzó impetuosamente sobre Grana con su pie derecho. Al extender demasiado su zancada, recargó su peso sobre el pie izquierdo y se fracturó la fíbula.

La llegada de Lula al poder ha anunciado un cambio de estilo en la vida política de Brasilia, y no existe ejemplo de mayor resonancia que los partidos de futbol que el presidente juega regularmente con sus amigos, su familia y sus colegas en el Palacio Alvorada. A él no le va el aire refinado e intelectual de su predecesor políglota Fernando Henrique Cardoso. A Lula nada le gusta más que patear un balón y saborear después un churrasco brasileño a la parrilla.

En agosto, cuando Lula quería que su primer equipo de trabajo fraternizara y conmemorara una victoria en la batalla por la reforma del sistema de pensiones, ¿qué mejor que dar unos cuantos pases con un balón? Más de doce ministros estuvieron presentes y la prensa informó que el equipo de Lula venció al equipo capitaneado por el ministro de Pesca con un marcador de 5 a 3.
 



Relajarse jugando futbol con los amigos, como lo hace Lula, demuestra que él comparte las alegrías simples del hombre común —como tal vez debiera hacerlo el primer presidente de clase trabajadora. Pero la importancia del futbol en la vida de Lula es más sofisticada. Lula —como casi todos los brasileños— disfruta del futbol porque de alguna manera esto expresa su "brasileñidad". De hecho, en un país donde el futbol es mucho más que un juego, la relación de Lula con el futbol revela bastante sobre él mismo y bastante sobre Brasil.

Como todos saben, la Seleção brasileña es el equipo nacional más exitoso en el deporte más popular del mundo: ha ganado la Copa Mundial en cinco ocasiones. Las consecuencias sociales de esto tienen un alcance único. Ninguna otra nación se define a través del futbol como lo hace Brasil. Este deporte es parte de la identidad nacional brasileña, tal vez el símbolo más importante de lo que significa ser brasileño.

Entre el futbol y la cultura también se da una influencia mutua: los cambios simbólicos en la sociedad brasileña anunciados por la presidencia de Lula también se han reflejado en el mundo del futbol. Para entender cómo y por qué, necesitamos comenzar por el origen del juego que los brasileños prefieren llamar —en parte con reverencia, en parte con humor— el "viejo deporte inglés".
 
De acuerdo con la mitología popular, el futbol llegó a Brasil en 1894. Charles Millar, un brasileño de ascendencia británica, llegó al puerto de Santos con —maravilloso simbolismo— dos pelotas y una bomba de aire. En un principio, sólo Millar y sus amigos expatriados jugaban futbol en São Paulo. En Río se desarrolló una historia similar. Oscar Cox, un inglés que regresaba del internado en Suiza, introdujo el juego y, en 1902, fue uno de los miembros fundadores del Fluminense, el primer equipo de futbol de Río.

En sus primeros años, el futbol fue un juego para la elite blanca y urbana de Brasil. El Fluminense, por ejemplo, era un escenario en el que se exhibían refinamiento y sofisticación, así como los valores deportivos del equipo. Pero la gente pobre —aunque excluida de los clubes— podía jugar por su cuenta, ya que todo lo que se necesitaba era un pedacito de tierra (de la que Brasil tiene mucha) y un objeto esférico (confeccionado típicamente con calcetines, tela rellena de papel o naranjas).



"A Lula nada le gusta más que patear un balón y saborear después un churrasco brasileño a la parrilla"

 

Gradualmente, las barreras sociales comenzaron a derrumbarse. En São Paulo, la hegemonía de clase se rompió en 1910 cuando un chofer, un zapatero, un albañil y dos pintores fundaron el Corinthians. El nombre fue tomado del equipo británico amateur Corinthian Casuals, que recién había viajado por Brasil. El Corinthians es todavía el club más importante fundado por miembros de la clase trabajadora en Brasil. Es muy apropiado —y algo predecible— que Lula apoye a Corinthians.

Lula en verdad apoya a Corinthians. Con frecuencia hace alusiones a él en público —y a veces se le mantiene al tanto de los marcadores durante actos oficiales. No es mero oportunismo político —aunque podría serlo. En casi todas las ciudades brasileñas donde hay más de un club, el perfil de los fanáticos se divide siguiendo las fronteras de clase. 

Al Corinthians se le conoce como el Timão, el Equipo Grande, lo que refuerza su atractivo popular. El número de sus seguidores sólo es superado por el del Flamengo, el equipo de "clase baja" de Río. Pero los fanáticos del Corinthians son reconocidos por ser los más apasionados y los que más han sufrido —alguna vez pasaron 23 años sin obtener un título estatal. El paralelo no se termina en Lula, quien perdió tres elecciones presidenciales antes de obtener finalmente la victoria. Los corinthianos entienden el dolor que significa ser perdedores por un largo tiempo.

Sin embargo, el factor más relevante en la creación de la identidad futbolística brasileña no fue la clase, sino la raza. Brasil importó más esclavos que cualquier otro país en las Américas y abolió la esclavitud en último lugar —en 1888. La abolición creó una gran subclase negra, la raíz de una gran tensión social subsiguiente.

A los negros les gustaba jugar al futbol y eran bastante buenos haciéndolo. Al principio no les estaba permitido jugar para los clubes principales, pero hacia la década de 1930 —con el advenimiento de la profesionalización— los mejores jugadores de Brasil, Leônidas da Silva y Domingas da Guia, eran negros.

Los treinta también fueron la década en que el futbol se vinculó con la "brasileñidad". Esto se debió en gran medida al pensamiento revolucionario de un joven antropólogo, Gilberto Freyre, que fue el primer académico en argumentar que el mestizaje racial en Brasil dio al país una herencia positiva. A pesar de la brutalidad y abominación de la era esclavista, Brasil fue bendecido con una tolerancia única. En opinión de Freyre, el auténtico brasileño era una rica combinación de influencias africanas y europeas —definidas por características tales como la astucia, la picardía, la extravagancia y la espontaneidad. El trabajo de Freyre creó una nueva imagen de la identidad nacional, que encontró en el futbol su metáfora más poderosa.



"Ninguna otra nación se define a través del futbol como lo hace Brasil. Este deporte es parte de la identidad nacional brasileña, tal vez el símbolo más importante de lo que significa ser brasileño."



El deporte también movilizaba entonces un patriotismo invisible. En 1938, cuando Brasil asistió a la Copa Mundial en Francia, el país se vio atrapado por un entusiasmo sin parangón. Brasil se había conformado como república hacía menos de cincuenta años. El futbol estaba ayudando a una nación del tamaño de un continente y carente de símbolos a construir una identidad común. El país obtuvo el tercer lugar en Francia, aunque los brasileños fueron la verdadera sensación y Leônidas, el mayor goleador, fue nombrado mejor jugador.

El futbol era el foco perfecto de las aspiraciones nacionales, ya que no sólo mostraba un estilo nacional, sino que representaba en ese estilo y mejor que ninguna otra cosa la "brasileñidad". Y durante la Copa Mundial de 1938 se demostró que esta "brasileñidad" podía ser la mejor en el mundo.

En mi opinión, uno de los debates más fascinantes en torno a la emergencia del futbol en Brasil es éste: ¿los brasileños se volvieron tan buenos en el futbol porque culturalmente era tan importante para ellos, o el futbol se volvió tan importante para ellos porque eran tan buenos para jugarlo? Yo me inclinaría por la primera opción. El futbol era el símbolo más importante de la identidad brasileña dos décadas antes de que Brasil ganara por primera vez la Copa Mundial. Los brasileños invirtieron tanto en el futbol —en 1950, fueron el país anfitrión del torneo y construyeron el Maracaná, el estadio más grande en el mundo hasta entonces— que se compelieron a sí mismos a ser campeones mundiales.


Los treinta también fueron la década en que la política se apoderó del futbol. Al darse cuenta del atractivo popular del futbol, el presidente Getulio Vargas utilizó el deporte para alimentar sus ideas de nacionalismo y armonía social. Vargas instituyó un consejo nacional del deporte, federaciones regionales y subsidió los gastos de Brasil para la Copa Mundial de 1938 —incluso su hija acompañó a la delegación.

Cuando los militares llegaron al poder en 1964 por medio de un golpe de Estado, Brasil ya había ganado la Copa Mundial en dos ocasiones (en 1958 y en 1962). En 1970, año en que Brasil se convirtió en el primer país tricampeón, la dictadura estaba en su punto más sombrío. Y utilizó el futbol para sus propios fines. De todas las historias sobre la intromisión de los militares, la más referida es la que trata sobre el general Emilio Garrastazu Médici, quien supuestamente quería a su tirador preferido, Dario, en la escuadra de 1970. Cuando João Saldanha, el entrenador de la selección nacional y un comunista declarado, dijo que "el presidente cuida de su ministerio, pero el hombre a cargo aquí soy yo", fue rápidamente despedido. Aunque hubo otras razones por las que Saldanha pudo haber sido destituido, fue la historia sobre la interferencia presidencial la que permaneció en la memoria.

A la luz de la victoria de 1970, se fundó una liga nacional brasileña. Esto convenía a los objetivos estratégicos e ideológicos del dictador para una integración nacional. Convenía casi demasiado. Un lugar en la liga se convirtió en una herramienta de negociación y, como resultado, el número de equipos en la liga creció de veinte a un hinchado 94 para 1979.

Los setenta también fueron la década en la que el modo de manejar el futbol emuló la manera en que los dictadores manejaban el país. La legislación deportiva se fundó cuando el futbol era amateur, una época de caballeros en la que los clubes eran sociedades conducidas por sus miembros entusiastas. En la era profesional esta estructura fue secuestrada por los líderes autoritarios —el más famoso fue João Havelange, que dirigió la Confederación Brasileña del Deporte de 1958 a 1973 y que, en 1974, inició un reinado de 24 años en la FIFA, el cuerpo de gobierno internacional del futbol. Los jefes del futbol se designaban a sí mismos, se enriquecían, gozaban de impunidad y eran corruptos, igual que los dictadores.



Los setenta también presenciaron la aparición de Lula como el líder sindical poderoso que sembraría la semilla de la redemocratización. Lula fundó el Partido de los Trabajadores (PT) en 1980, mientras que, en el ambiente militante, una pequeña revolución ocurría también en el futbol. En el Corinthians —¿dónde más?— los jugadores, encabezados por Sócrates, emprendieron un movimiento llamado Democracia Corinthiana, que buscaba otorgar derechos a los jugadores. La batalla dentro del club reflejaba la lucha más amplia de la sociedad contra el autoritarismo, y Sócrates —él mismo un miembro del PT— se convirtió en una figura central en la pugna por las reformas políticas.

En 1985 cayó la dictadura y en 1989 los brasileños votaron en forma directa por el presidente. Pero el mundo del futbol era mucho más resistente a las influencias democratizadoras. Havelange se mantuvo en la FIFA hasta 1998 y 1989 se recuerda como la fecha en que su protegido político —y ex yerno— Ricardo Teixeira tomó el mando de la Confederación Brasileña de Futbol (CBF). De todas las estructuras autoritarias moldeadas por la dictadura, el futbol sería la última en cambiar.

A los jefes del futbol en Brasil se les llama cartolas, una referencia peyorativa al origen aristocrático del deporte. Ese nombre continuó siendo apropiado debido a la división social entre los jefes, por un lado, y los jugadores y los fanáticos por otro. Una clase gobernaba, la otra clase era gobernada. Literalmente. La elección del presidente brasileño Fernando Collor de Mello en 1989 reflejó la promiscuidad entre política y futbol.

Collor, descendiente de una acaudalada dinastía provinciana del estado nororiental de Alagoas, comenzó su carrera en la vida pública como cartola. A principios de los setenta, fue presidente del club local, CSA. Esto le permitió tener una buena visibilidad y, puesto que CSA tenía un abrumador apoyo de la "clase trabajadora", un perfil populista. CSA es casi un juguete de los Collor: tanto el tío como el hijo de Collor de Mello han sido también presidentes.

Parte del atractivo del profesor de sociología Fernando Henrique Cardoso, el siguiente hombre que se convirtió en presidente electo en 1994, fue que era un "intelectual". En su caso, esto significaba que tenía gustos un tanto alejados de lo brasileño —como un escaso interés en el futbol y en la religión. La contribución principal de Fernando Henrique a la cultura del futbol fue su nombramiento de Pelé como ministro del Deporte. Fue una elección política astuta, aunque, en última instancia, Pelé fracasó en su intento por reformar la corrupción endémica en la administración del deporte.

Se podría argumentar que el acontecimiento más importante en el futbol brasileño durante la década de los noventa no fue la victoria en la Copa Mundial de 1994, sino la derrota en la final de 1998. El misterio que rodeó la actuación de Ronaldo —¿estaba dopado?, ¿fue forzado a jugar por Nike?— detonó dos investigaciones parlamentarias sobre el manejo del juego. Por primera vez, se pidieron cuentas a los cartolas —incluso João Havelange fue arrastrado al frente de un comité del congreso y careado como un acusado en un juicio penal.

Las investigaciones revelaron lo que casi todos habían sospechado siempre: que los cartolas habían saqueado el futbol brasileño. Los clubes de Brasil estaban en bancarrota, la liga era una vergüenza, los mejores jugadores estaban en el extranjero, mientras que los jefes eran millonarios. Como resultado, se presentó un proyecto de ley que buscaba hacer más transparente la administración de este deporte.

La batalla pública por la limpieza del futbol se libró como una batalla simbólica entre un Brasil viejo y dictatorial y un nuevo Brasil, más justo y democrático. La elección de Lula demostró que el nuevo Brasil estaba ganando —ahí estaba al fin un miembro de las masas oprimidas, de los Povão, que llegaba al ejecutivo. Lula es también el primer auténtico fanático del futbol en la era democrática que es presidente electo, y no ha dejado correr el tiempo para imprimir su imagen en la legislación.



¿Los brasileños se volvieron tan buenos en el futbol porque culturalmente era tan importante para ellos, o el futbol se volvió tan importante para ellos porque eran tan buenos para jugarlo?



La primera ley nueva que Lula ha firmado desde que asumió el cargo fue una ley sobre el deporte: el Estatuto de los Fanáticos, que es la formalización del proyecto de ley para el futbol. El Estatuto trata de cuestiones que van desde la numeración de los boletos para los partidos hasta la responsabilidad de los clubes por la seguridad en los estadios. En un país donde los Povão se sienten totalmente despojados del poder, los brasileños pueden ahora tener derechos al menos como fanáticos del futbol.

Pero la supervivencia del Estatuto no se logró sin una pelea. Poco después de que Lula firmara la ley, un grupo de clubes y la CBF se rebelaron, cancelando el campeonato brasileño a menos que se anulara la ley. Lula se negó a dar marcha atrás. Fue el último freno que los cartolas pusieron a la modernización, la transparencia y la responsabilidad.

Un factor importante en su retirada fue la postura del Corinthians. Atrapado entre su seguidor más importante, Lula, y sus colegas del futbol, el Corinthians apoyó al presidente. Con el respaldo del club más grande de São Paulo, Lula se sabía capaz de obligar a los otros clubes a someterse.

La rebelión duró dos días. Lula ganó. La liga brasileña se reanudó y el Corinthians, una vez más, había jugado un papel en la historia brasileña. La batalla contra los cartolas no ha terminado, pero Lula ha anotado su primer tanto.

— Traducción de Marianela Santoveña
Article publicat a l'edició d'octubre de 2003 de la revista Letras Libres 
 

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